In this dreamy and poetic piece Yosie Crespo beautifully evokes the themes of myth and memory that crest like a wave into the heart of the reader. She takes us back to her childhood home in Las Canas, Pinar del Río, Cuba—not only through her gorgeous language, but also through the words of other writers she admires, and through a compelling series of photographs that add to our understanding of place and her emotional journey. Even though Yosie is bilingual, she chooses to write in Spanish, which make us think of our linguistic affinities and loyalties—how we choose to experience, remember, and express ourselves differently through different languages. In David Frye’s translation, Yosie’s words come alive in English, creating another country of hope for one who returns.
Enjoy,
Richard Blanco and Ruth Behar
por Yosie Crespo
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Estaba en mi memoria
-como en arca cerrada
una piedra preciosa-
Resplandecía en lo interior, oculto,
iluminando el rostro opaco de las cosas.
Rosario Castellanos
El ausente
Fácilmente pudieron haber pasado más de veinte años. Hace unos minutos era mil novecientos noventa y estaba sentada en la mesa de la cocina donde la abuela colaba el último café de la última recogida, yo era entonces apenas una niña de diez años. Y es que algo como el tiempo se repite sin percatarnos por encima del hombro que nos vigila y se hace obediencia en los caminos de los días que solo llevan al olvido, ese mito.
Pasaron más de veinte años y necesité del mito para aprender a vivir en otro país, uno que le dio vida cuerpo y alma a este otro yo (incompleto) hasta que llegara el aniversario del cumpleaños treinta y dos lo cual significaba tres cosas:
Ya era hora de volver
Era la hora de volver
Ora, volver
Hasta ese entonces el ausente y yo habíamos necesitado del mito para vivir. Vivíamos por el mito. Nos creamos ambos una historia inteligente, divertida, más o menos bien contada con pasajes ocultos y con llavecita. Conseguíamos borrar y reconstruir líneas por medio de la memoria de infancia (algo que a veces puede ser muy grave), falsificaciones, cortometrajes, breves recuentros a los cuales fuimos dando la forma mediante los libros -mapas literarios de ciudades y nombres que no conocí- migajas pero tan limpios que se podía comer de ellos, y eso hice.
Tras haber perseguido mediante décadas un recuerdo siempre joven me fui a la Habana en busca de un buen guión y de un discurso determinado. No mueras sin laberinto gritaba Lorenzo García Vega, habría que enfrentar el color. Y yo ansiosa de conocimiento quise buscar en los autores contemporáneos del momento a hombres y mujeres parecidos a mí, y en los libros que por consecuencia me fueron inalcanzables por mucho tiempo. Le pregunté a un amigo y me respondió: uno regresa para saciar una necesidad parasitaria o para reconstruirse.
Sucedió como casi en sueños. Luego de los primeros amigos vinieron muchos más y el círculo literario se fue agrandando -tanto que daba miedo-. Escritores azules, desordenados, brillantes, con cabellos que saben a mar, escritores que nadie conoce, que los conoce todo el mundo, que no tienen nada que hacer, que lo hacen todo y luego saltan al vacío, con nombres cortos y algunos larguísimos. Todos. Salían como del polvo y se multiplicaban.
Se me hizo un nudo en el estómago y en la garganta cuando regresé a la playa de la infancia. Resultaría difícil exagerar la realidad, es decir, veré cómo me puedo explicar sin que la imaginación señale escamas sobre mi lengua: no existía.
Y no es que Las Canas fuera gran cosa, literalmente era conocida por sus terrenos pantanosos, escasas arenas blancas y aguas repletas de aguamalas de las que nadie se salvó y ahora solo quedaban rastros de su esplendor, los huesos de las casas que soportaban el calor de agosto con una resistencia inerte. Era lo más parecido a un campo de batalla en proceso de extinción y sobre mi cabeza un laberinto destartalado.
-Quién se llevó mi playa?
-Fueron los huracanes y después todos se fueron, tomaron caminos diferentes y yo me quedé: porque alguien siempre se tiene que quedar-.
Un poco más al norte estaba la casa. Endurecida como si no fuera mía y lejos de las cosas que te dejan contenta. Allí estaba como una verdad adherida al cuerpo casi sílaba permanente -allí- como la imagen del que ha muerto. Busqué su corazón para amansarlo, regresar al nido, adentro, a lo mío era algo que me repetía con exquisita naturaleza porque por encima de todos los extremos ansiaba encontrar dentro de aquel caos el orden propio de las cosas que me pertenecían.
Esa misma tarde me regalaron algo parecido a lo que ocurre cuando soñamos, mi yo otro o la parte de mí que se desdobla, y todavía vigente en una pared de la sala principal.
Lo detallé hasta el cansancio, recuerdo abrazar la imagen como quien se reencuentra con un viejo amante hasta encontrar las palabras precisas. Luego esa noche escribí en mi diario:
frente a mis ojos algo que no puedo nombrar, la esencia de un ser que me dice algo más íntimo y más personal que cualquier otro recuerdo, qué es lo que dice este retrato que a la vez me encanta y me entristece. Qué hago ahora contigo, Tú que has viajado hasta la eternidad buscándote. (Foto de Yosie en Cuba, 1983).
Y por momentos regresaba el dulzor del guarapo, el olor de los granos amables, personas que conocía de antes y me trataban con la misma naturalidad del que sabe que allí vive. Porque la tierra es del que regresa, y cuando piensas en volver es porque nunca te fuiste del todo.
Era como aprender a reconocer de a fondo mi país con nuevos ojos, y aunque no me quedara mucha familia había motivos más allá de mi para un segundo regreso. Extrañar el sol, el aire, el ruido de la ciudad y esa soledad que solo entiendes escuchando una canción de Silvio Rodríguez en medio de una parada repleta.
Los nuevos amigos me entendían sin tener que explicar tanto y mientras yo hablaba de conseguir los libros de adentro ellos pedían textos de Orwell, de Herman Hesse, de Lispector, y entre todos experimentábamos un sentido de nostalgia y propiedad no programado ni aprendido. Entre palabras y utopías resolvíamos cómo arreglar nuestros mundos en donde por supuesto todo comenzaba y terminaba con una más amplia conexión a internet y el deseo de vernos con más frecuencia sin tener que esperar largos plazos. Y era bueno poder hablar de un mañana que también hablara sobre mí.
Había pasado más de la mitad de mi vida viviendo fuera de Cuba y sin embargo el sentido de pertenencia me sobrecogía. Sería la calidez de los abrazos, esa cercanía profunda del mirar de su gente y contagio de la risa, ese llevar de sus colores en su sentido del humor que contra toda adversidad puede.
La Habana con sus calles estrechas, llenas de baches, fachadas en ruinas y turistas con camaritas que lograban captar el color de lo opaco, haciendo estudios académicos de cuánto más duraría aquello en su belleza natural.
Pero yo no regresaba con el fin de decodificar la realidad cubana, no para entender lo que es medianamente incomprensible y si es que solo obedezco a un impulso de búsqueda es únicamente encontrado en el contagio de rostros que no viven la vida acelerada de las grandes ciudades ni tienen la necesidad de preocuparse por el Dow Jones y el panorama -aunque multicolor- flota en el entrever de emociones donde no hay nada oculto y una nueva generación que se adelanta a los caminos esperanzados de un futuro aún misterioso se niega a ver manchas en las manchas.
La tarde última la pasé mirando el malecón mientras escuchaba discos de vinilo, otra forma de alimentar la memoria es a través de la música y el mar, las nubes, algodones de azúcar contribuían al sentimiento de distancia: una verdadera profecía. Era como si ya desde ese momento comenzara a emprender el largo camino del regreso y escribí:
El mar se crispa y soy solo una niña vestida de azul
leyendo entre líneas que dicen:
nos tocará abandonar aquellas plantas
y esa suave extrañeza de identificar lo que fue
la vida simple
con sus cuchillos y sus huesos
el cordón de la casa y sus himnos
me dejarán así,
y como hombres destinados a la jardinería
haré lo mismo:
cultivarte en el sitio exacto para que te abras
en los días en que el olvido lleva imán
en las noches en que sus luces me cieguen.
No me despedí de nadie porque este era un día de gloria donde todo tenía sentido y gracia: en el proceso de búsqueda me reencontraba con más de una versión mejorada de mí y de una ciudad que cambiaría de rostros posiblemente con cada regreso.
Puse algo de comida en la mochila por si el viaje se hacía lento y repasé otra vez las imágenes hermosas que había recuperado y que terminaban angustiándome. Será porque nací en un país enfermo de nostalgia y no hay inyección ya posible que me cure.
Hace ahora ocho viajes desde mi primer reencuentro y el mes pasado cumplí veinte y seis años en este país, lo cual quiere decir una sola cosa: My bags are packed and I’m ready to go. Es hora de volver.
Yosie Crespo nació en Pinar del Río, en 1979, ha sido ganadora del Primer Premio “Nuevos Valores de la poesía hispana 2011” Editorial Baquiana y Centro Cultural Español en Miami y el Premio del IV Concurso Juvenil de Poesía Federico García Lorca en España, 2011;. Ha publicado los libros de poemas Solárium (Baquiana, Miami, 2012), La ruta del pájaro sobre mi cabeza (Torremozas, Madrid, 2013) y Caravana (Ediciones El Quirófano, 2015).
Yosie Crespo, 2016. Translated from the Spanish by David Frye. A translator and anthropologist who teaches at the University of Michigan. He has translated more than twenty books from Spanish to English, including the novels Simone by Eduardo Lalo (University of Chicago Press) and Planet for Rent by Yoss (Restless Books).
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