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Lifting the Emotional Embargo

José Martí y las hojas de otoño

December 4, 2017

Asociamos a José Martí con la palma cubana, pero de hecho pasó muchos años de su vida en Nueva York haciéndole compañía a arces y robles. Es un placer presentarles a los lectores el otro lado de la sensibilidad de Martí con el ensayo lírico de Emma Otheguy, “José Martí y las hojas de otoño”. Creemos que después de leer sus palabras uno no vuelve a ver a Martí de la misma manera. Debido a que es tan importante transmitir nuestro amor por Martí a la próxima generación, asegúrense de echarle un vistazo al hermoso libro infantil bilingüe de Emma, Martí’s Song for Freedom/Martí y sus versos por la libertad. ¡Les deseamos que disfruten de la pieza de Emma!

Abrazos,
Ruth & Richard


por Emma Otheguy

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Cuando llegaba el otoño a nuestro pequeño poblado en las afueras de la ciudad de Nueva York, a mi mamá le gustaba decirme que si mi abuela, que era pintora, estuviera en Nueva York, le encantaría pintar las hojas. Era una declaración inusitadamente romántica para mi madre, que era una inmigrante práctica, y siempre me sorprendía: de alguna manera, mi abuela y las hojas de otoño no encajaban.

Estaba la incongruencia simple de cualquier persona caribeña lejos del sol, pero había algo más, pues entendía a mi abuela como alguien completamente aparte del Norte, lejos del inglés y de las hojas de otoño. Mi abuela nació y creció en Cuba, pero cuando la conocí vivía en Puerto Rico, y llegué a asociarla con lo que yo sabía que era común entre esas dos islas: el aire húmedo, una vegetación exuberante y agua azul. Las sensaciones del Caribe, sus colores, su temperatura y el vaivén de sus árboles parecían alejados irreconciliablemente de mi vida en Nueva York, y aún más en el otoño, cuando Nueva York estaba cubierta de los colores marrón y carmesí. Cuando pensaba en mi abuela, pensaba en las palabras en español, el coquí y las hojas de palma que llenaban nuestras visitas en Puerto Rico. Mi vida en Nueva York era aparte, era una vida de escuela y amigos y un clima fresco y, en mi opinión, no tenía nada que ver con el verano en el Caribe.

Una vez cuando mi abuela nos visitó en octubre, la sensación de distancia entre Nueva York y el Caribe se hizo más difícil de mantener. Mi abuela me dio lecciones de dibujo durante esa visita, y devoré sus enseñanzas porque en séptimo grado estaba desesperada por aprender todo cuanto fuera creativo. Me hizo dibujar la casa, y yo me sentaba en la acera a dibujar, luego corría adentro para mostrarle lo que había hecho. Ella señalaba los detalles que se me habían escapado, como la calabaza anarajanda en los escalones, y la sombra entre cada listón. Cuando habló de la luz que tocaba una calabaza esperando a ser tallada, se me hizo más difícil separarla del otoño.

Así como aquella visita de mi abuela en otoño abrió espacio para la posibilidad de que uno pudiera pertenecer tanto a las palmas como a los robles al mismo tiempo, saber que José Martí había vivido y trabajado en Nueva York me abrió aún más el corazón. Yo estaba trabajando en la región norte del estado de Nueva York cuando me enteré de que los Versos sencillos de Martí, las palabras que había aprendido de niña y que escuchaba cantadas en “Guantanamera” una y otra vez, Martí las había escrito en las montañas Catskill del estado de Nueva York, no muy lejos de donde yo estaba trabajando. Era como si cada vez que me sentía lejos del Caribe, este viniera y me encontrara, y me ofreciera nuevas posibilidades de nexos. Mi primer libro ilustrado, Martí y sus versos por la libertad, nació de este nexo, de este deseo de hacer llegar al poeta y héroe de la patria de mis padres a los niños que me rodeaban en Nueva York. Estos eran niños que conocían el paisaje que Martí elogia en Versos sencillos, que sabían todo sobre Jean Craighead George y Rip Van Winkle, pero nada sobre José Martí. Sabía que les encantaría el drama de su vida y la claridad de su visión en favor del cambio social.

Gracias a las lecciones de dibujo de mi abuela, aprendí ,que la perspectiva es estar dispuestos a dibujar las cosas tal como realmente las vemos y no como sabemos que son, es dibujar la curva del vaso sobre una mesa incluso cuando sabemos que el fondo es plano. Mi abuela falleció el año pasado en Puerto Rico, pero me gustaría pensar que le habrían gustado las ilustraciones de Beatriz Vidal en mi libro, especialmente la de Martí en las Catskills, caminando entre las hojas de otoño. Espero que los niños caribeños que viven en el noreste de Estados Unidos estudien minuciosamente esa página, espero que la miren como la he mirado yo, y que les haga sentir, como me hace sentir, que pertenecen aquí.

Art by Beatriz Vidal. Used with permission from Lee & Low Books.

I’ve known for as long as I can remember the stanza in which Martí writes:

Me sé, desde que tengo uso de la razón, esa estrofa en la que Martí escribe:

“Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.”

Pero ahora, cuando escucho este verso, veo las hojas de otoño, y veo a Cuba y a Nueva York unidas por las palabras anhelantes de Martí.

Sé que si mi abuela hubiera pintado esas hojas de otoño en Nueva York, hubiera querido ver las hojas como realmente son, como las pintó Beatriz Vidal: esparcidas entre cubanos de donde crece la palma. Esta no es una tesis ingeniosa o un consuelo para una familia cubana desplazada, sino el mundo como realmente es, como mi abuela lo hubiera querido:

José Martí, y las hojas de otoño.

Emma Otheguy es historiadora y escritora de libros para niños. Su primer libro, Martí y sus versos por la libertad, ha recibido reseñas estelares de School Library Journal, Booklist, Kirkus, Publishers Weekly, y Shelf Awareness. Otheguy es miembro del Bank Street Writers Lab, y su cuento “Fairies in Town” recibió el premio de Magazine Merit Honor del Society of Children’s Book Writers and Illustrators (SCBWI). Otheguy vive con su esposo en Nueva York.

Eduardo Aparicio es traductor, escritor y fotógrafo. Nació en Guanabacoa, Cuba, y reside en Austin, Texas.

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