En el espíritu de todo aquello que esperamos que signifique y represente este blog, hemos construido un puente entre dos de nuestros poemas. Un gesto simbólico que apunta al puente de nuestra amistad, el puente de nuestra escritura hacia la Cuba del pasado, el puente de nuestra imaginación que se extiende hacia la Cuba del futuro, el puente que abarca nuestras memorias y nuestros miedos, el puente que esperamos que alcance y conecte a todos aquellos lectores que han vivido, dolido, y soñado en cubano. Abrazos, Ruth y Richard.
La isla inalcanzable, para Ruth Behar (por Richard Blanco)
y
La isla que compartimos, para Richard Blanco (por Ruth Behar)
Ruth, todavía pienso en la luz de tu portal como la luna llena que arrojaba un halo en la bruma del frío aire anoche, y los robles descubiertos que se ramificaban en el cielo como nervios que casi tocaban las estrellas congeladas; los gabletes rosados de tu casa victoriana se quejaban de otro invierno y tú presa en Ann Arbor practicando mambo frente a la chimenea. Sigo el paso de tus zapatos rojos al ritmo de la conga y los golpes del bongó que alejaron tu cuerpo, pero no tu vida, de la nieve que cubre tus ventanas por fuera, a dos mil quinientos kilómetros de Cuba. Todavía saboreo el cafecito que me brindaste, el pedazo de flan casero que flota en azúcar quemada como los cuentos que me contaste no puedes terminar de escribir, no importa cuántas veces viajes a través del tiempo de vuelta a La Habana para robarte todas las memorias que a ti te robaron.
Read post in English >>
Querido Richard, esos zapatos rojos han sobrevivido caminatas en la suave lluvia tibia y también largas noches de baile en Cuba. No es que en estos días camine mucho en la lluvia ni baile tanto en Cuba. Me choca decirlo: los años empiezan a pesarme un poco. Tienes razón, detesto la nieve,
le tengo pavor al invierno, pero mi casa está en el gélido norte. Quisiera tener una chimenea. Me gustó que me regalaras una chimenea en tu poema, para darme calor.
Ya casi nunca hago flan ni cafecitos. Dejé el azúcar y la cafeína. ¿Qué pena, no? Mi pobre casa victoriana está más llena de cosas que cuando viniste a visitarme hace tiempo. Tengo miedo de morir repentinamente y que todos los dolientes se queden boquiabiertos ante los escombros que habito. Regados por todas partes hay libros sin leer, cuentos que no he terminado de escribir. Culpemos al hecho de que perdí un país cuando era pequeña. Vivo con una maleta junto a mi cama. Estoy lista para irme en cualquier momento. Mi hogar es ninguna parte. Mi hogar es cualquier lado.
* * *
Claro, quién no perdonaría tus robos, tan sólo quieres ponerle caras a los nombres tallados en las lápidas de tu familia en Guanabacoa, caminar sobre la Calle Aguacate y hacer como si te encontraras con el abuelo que nunca pudiste ver en su tienda de encajes para almorzar juntos, o rezar el Kadish como tu madre en la sinagoga del Vedado, pararte en los escalones como alguna vez lo hiciste en una fotografía que no recuerdas haber tomado. Confieso que me diste lástima, tratando todavía de llegar a esa isla inalcanzable dentro de la isla que aún llamas tu hogar.
* * *
Tienes razón, durante años viajé a la Habana a robar todas las memorias que me habían robado. Busqué a esta niña linda que nació de día y que quiere que la lleven a la dulcería…, como en la canción de cuna que mi madre me cantaba. Esa niña que alguna vez fui, que posaba con gusto para la cámara. Debió haber sabido que perdería su infancia. Ya podía vislumbrar la mujer que volvería algún día, con los ojos demasiado tristes al sonreír.
Incontables visitas a la Calle Aguacate donde vivía Mami, pero ya sin aguacates desde hace tiempo, y a la Calle Oficios donde vivía Papi, mirando los barcos ir y venir, soñando algún día escapar de la pobreza, sin saber que lo haría tan pronto. Incontables visitas a la tienda chiquita de mi abuelo, de la que no queda ni rastro, pero te juro que todavía puedo ver a Zeide cortando metros de encaje para el vestido de novia de una virgen. Incontables visitas a la sinagoga del Patronato, aunque soy tan mala para rezar. Incontables visitas a nuestro viejo apartamento en el Vedado, a media cuadra, con ganas de ver una y otra vez el sofá y la mesa y sillas y la humilde cama que dejaron atrás Papi y Mami mientras la nueva dueña me dice: “Cuéntale a tus padres que hemos cuidado bien de todo”. Incontables visitas a las higueras que hasta una niña con un vestido de fiesta con vuelo podía escalar. Incontables visitas para llevar piedras a las almas judías descansando bajo la sombra de las palmeras en Guanabacoa por el resto de la eternidad.
Incontables visitas a un espejismo. Con los ojos tan llenos de fantasías. Tan lastimosa, como bien dices Richard querido.
* * *
Mi Ruti, pensé que ya había terminado con Cuba, harto de responder incógnitas, pero ya no estoy tan seguro. Quizá si regreso una sola vez más, y camino por los campos de caña que mi padre alguna vez segó, manejo por la calle donde mi madre vendía guayabas para pagar mis libros de texto, me siento en el portal de la casa de mi abuela, y la imagino todavía en la cocina haciendo arroz con leche– quizá entonces te tenga una respuesta para cuando, como anoche, me preguntes: ¿Te mudarías a Cuba? ¿Te morirías allí?
* * *
Las ansias por nuestra Cuba han comenzado. Quieren componer nuestro país. Arreglar las calles. Componer las tuberías. Arreglar los cables de telefonía. Juntar los fragmentos rotos de nuestras memorias. Juntar los pedazos rotos de nuestros corazones. Convertirlo todo en arte para vender en Sotheby’s. Tu abuela ya no puede hacer arroz con leche en su cocina de Cienfuegos. Es un Starbucks. Esos campos altos de caña que tu padre alguna vez segó han dado paso a más Trump Towers. El camino donde tu madre vendía sus guayabas dulces es una súper carretera de cuatro carriles. Los ómnibus de Havantur pasan volando para entregar sus turistas aburridos a las cadenas de hoteles Hilton.
Me digo a mi misma que soy boba y nostálgica. Cuba se debe convertir en un país como cualquier otro. Cuba tiene que ser un país cualquiera. Cuba no puede continuar siendo una urna de memorias para siempre. Y sin embargo, quiero creer que la isla que compartimos siente nuestra ausencia. Nos extraña. Quiero creer que la isla todavía desea saber nuestra respuesta: ¿Te mudarías a Cuba? ¿Te morirías allá? ¿Qué piensas tú, Richard? ¿Que una visita más nos ayudaría a decidir?
Te llevaré a la Habana que fue mía. Me llevarás al Cienfuegos que fue tuyo. Acercaremos los oídos a la tierra roja de nuestra Isla. Para escuchar si todavía nos llama.
0 Comments