BRIDGES - TO/FROM - CUBA

Lifting the Emotional Embargo

Trance y tránsito: Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba

May 9, 2018

After a few months’ hiatus, we are glad to feature a different kind of piece on our blog: Alan West-Durán’s passionate and informative essay about musical bridges between Cuba, the U.S. and Africa. We include links to the music of Chucho Valdés and Gonzalo Rubalcaba and hope you’ll enjoy listening and thinking about how music can cross borders in unique and magical ways.
Abrazos,
Ruth and Richard


por Alan West-Durán

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¿Un sueño para amantes de la música cubana? ¿Un interludio utópico para pianistas? ¿Un descanso para aquellos agobiados por Trump? ¿De qué otra manera explicar a Chucho Valdés (1941-  ) y Gonzalo Rubalcaba (1963-  ) tocando juntos bajo el lema de trance? Dos de los músicos más destacados de Cuba batiéndose en los teclados: el ex-líder de Irakere, cuyo virtuosismo mantiene un perfecto equilibrio entre la elegancia y la sandunguería, y su compinche más joven y menos llamativo—conocido por su precisión diamantina y sus incursiones percusivas, de una fogosidad discreta.

From a Trance concert at Konzertaus, Vienna, March 2018. Photo by Herbert Neubauer.

Chucho, nacido Jesús, ya iba marcando su fama cuando nació Gonzalito, y no obstante la diferencia en edad, hay mucho que comparten además de la música. Ambos vienen de prominentes familias musicales, el papá de Chucho siendo el gran Bebo Valdés (1918-2013), líder musical del Tropicana durante varios años. El abuelo de Gonzalito Jacobo Rubalcaba (1895-1960) era un compositor conocido, como lo era su padre Guillermo Rubalcaba (1927-2015); su hermano mayor Jesús Rubalcaba (1954-2003) grabó uno de los discos más fulgurantes del Latin Jazz, Estoy Aquí  (2001).

Los dos están a sus anchas dentro de las tradiciones musicales afrocubanas (rumba, son, danzón, yoruba, congo, abakuá, y arará), y las mezclan con facilidad con lo clásico, el jazz, blues, funk y rock, para crear una música que encanta a jóvenes y viejos, cruzando fronteras nacionales y culturales con una destreza y creatividad asombrosa. Ambos, a su manera, han levantado puentes musicales entre Cuba, EEUU, África y otras partes del mundo.

Chucho fue el fundador y líder del grupo Irakere en 1973, justo en medio del quinquenio gris (que más bien duró una década), un periodo de ortodoxia en la cultura cubana, en el cual el jazz y el rock eran vistos como influencias culturales perniciosas y extranjerizantes. Chucho y sus compañeros estaban tocando “la música del enemigo”, pero con un swing muy cubano. Y qué clase de swing: una mezcla de Dizzy Gillespie, los orishas, Ignacio Piñeiro, blues, R &B y funk. En un documental sobre Irakere, Chucho afirma que el grupo fue precursor de la timba también. Sólo hay que revisar algunos nombres de los miembros de Irakere para darse cuenta que el grupo era una especie de matriz de excelencia musical: desde Arturo Sandoval y Paquito D’Rivera hasta José Luis Cortés (El Tosco) y César López. Es difícil imaginar donde estaría la música cubana sin el legado imponente de Irakere.

Hasta músicos que no formaron parte del grupo deben mucho al trabajo de Irakere, que abrió muchos caminos. Ya que mi enfoque se cierna sobre pianistas cubanos, uno no puede obviar la abundancia de pianistas cubanos de categoría mundial —son más de veinte— que pueden tocar jazz, música clásica, y cualquier otro tipo de música. Aparte de Chucho y Gonzalito —el grupo de los mayores incluiría a Hilario Durán y José María Vitier y entre los jóvenes a Manuel Valera, David Virelles, y Harold López-Nussa. Este numeroso grupo tiene una obra que sobrepasa las dos cientos grabaciones, y su calidad, frescura y creatividad es deslumbrante.

El primer disco que escuché de Rubalcaba fue Mi gran pasión (1988). Con ecos de Rachmaninoff, el álbum gira sobre el danzón, combinando elementos de jazz y música clásica con el ritmo del danzón, con melodías sensuales y elegantes. Las primeras tres canciones, “Recordando a Tchaikovski”, “Mi gran pasión”, y “Concierto en Varsovia” son estupendas, cada una con su propio encanto. La belleza indiscutible y los ritmos pegajosos del disco tal vez sembró una futura desilusión. Los discos siguientes Discovery (1990) y The Blessing (1991) están imbuidos de un jazz post-bebop, cosa que me dejaron añorando los exquisitos danzones y dejos cubanos de Mi gran pasión. Retrospectivamente, me di cuenta que Gonzalito estaba estableciendo su valor como músico de jazz en EEUU, tarea nada fácil, pero lograda brillantemente. Gonzalito ha tocado con los grandes del jazz, desde Joe Lovano (Flying Colors, 1997) hasta Jack de Johnette. Tuvo una relación profunda con el bajista Charlie Haden (1937-2014), grabando varios discos con él. En 2016 grabó un homenaje a Haden, Charlie, en el cual seis de las nueve canciones son del bajista. En cuanto a Chucho, la primera vez que grabaron juntos fue en el documental “Playing Lecuona” juntos a Michel Camilo (hay un CD de la banda sonora).

Gonzalito ha grabado las composiciones de muchos compositores norteamericanos, tanto los clásicos del cancionero como Rodgers y Hart, Irving Berlin, y Jerome Kern, como los grandes del jazz como Ellington, Juan Tizol, Charlie Parker, Todd Dameron, Dizzie Gillespie, Charles Mingus, entre muchos otros. Sorprendentemente para un pianista de jazz, sólo ha grabado un par de melodías de Thelonius Monk, cuya obra es la piedra de toque para los músicos que incursionan en el jazz post-bebop.

Pero es Charlie Haden el vínculo esencial en ese puente que Rubalcaba armaba entre las distintas culturas de jazz de las américas. Sin duda, se nutrió del diálogo que comenzó en los cuarenta entre Dizzy Gillespue, Mario Bauzá, Chano Pozo, Machito, y Chico O’Farill, retomado por Chucho Valdés e Irakere. Pero Haden fue el vínculo indispensable al jazz de vanguardia de los sesenta, también una influencia significativa en la obra de Rubalcaba. El bajista fue miembro del grupo de Ornette Coleman, con quien colaboró en nueve grabaciones, incluyendo The Shape of Jazz to Come (1959) and Free Jazz (1961).

Haden también tocó con Paul Bley, un pianista aventurero, y junto con la ex-mujer de Bley, Carla Bley, formaron la Orquesta de Música de Liberación (OML) en 1969, un grupo que hizo varias grabaciones a través de las décadas. Con la OML Haden compuso varias de sus canciones más conocidas como “Canción para Che”, “Sandino”, “La Pasionaria”, “Canción del Frente Unido” y “Rabo de Nube” (basada en la canción de Silvio Rodríguez). Las ideas políticas izquierdistas de Haden no fueron obstáculo para Gonzalito, que siempre se ha mantenido al margen de comentarios políticos, y, sin embargo, su disco Charlie contiene “Sandino” y “La Pasionaria”. Rubalcaba simpatizaba con la espiritualidad de Haden (aunque nunca se definió como practicante de una fe específica), como también su humildad, su pasión por la justicia, para no hablar de su enorme talento como bajista y compositor. Ethan Iverson, pianist del grupo The Bad Plus dice de Haden: “su combinación de canción folclórica, sensibilidad vanguardista, armonía clásica estilo Bach es una corriente de esta música tan única como la de Thelonius Monk y Elvin Jones.” Uno podría decir lo mismo para la obra de Rubalcaba, y también que parte de esa tradición cubana que viene desde Saumell y Cervantes, mediante Lecuona, Roig y Chucho Valdés, sin olvidar a Bud Powell, Bill Evans y Monk.

Una de las colaboraciones más fructíferas de Gonzalito con Haden fue Nocturne (2001), en la cual Gonzalito se llevó un Grammy (como productor) y Haden por mejor álbum de Jazz Latino. De un romanticismo suntuoso pero sin caer en lo azucarado, el disco agrupa unos músicos de talento enviable. Casi todas las composiciones son boleros cubanos o mexicanos, con dos de Haden y uno de Rubalcaba (“Transparence”). Haden y Rubalcaba se conocieron en La Habana, en el Festival Jazz Plaza de 1986, y ya para entonces Haden era un fanático de la música cubana, y en particular de Carlos Puebla, Cachao, Leo Brouwer, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. También era gran entusiasta del bolero cubano y algún día soñaba con grabar esas melodías. Tomó quince años pero valió la espera: “En la orilla del mundo” y “Claro de luna” son una joyas, con el balance perfecto de sensualidad, tristeza y lirismo. Las interpretaciones de Rubalcaba y Haden sobresalen pero sin jamás opacar el magnífico trabajo en violin y saxo de Britos, Lovano y Sánchez, respectivamente.

El disco que grabó  Gonzalito antes de Charlie fue Suite Caminos (2015), y es una obra que deja uno en trance. Está inspirado en los caminos o avatares de los orishas y la Regla de Ocha: los Eggún (los ancestros), los orishas (Elegguá, Yemaya, Olokun, Obbatalá, Yansá/Oyá, San Lázaro/Babalú Ayé), y los Ibeyi. Rubalcaba combina los cantos (con batá y percusión), con su piano, pero también con teclado electrónico y órgano. Estas texturas diferentes le imparten a los cantos yorubas una sonoridad inusual; el trabajo en los teclados es fenomenal. La parte vocal es de primera, con Pedrito Martínez y Philbert Armenteros (ambos en percusión). El disco es un viaje espiritual y musical a la vez deleitoso y misterioso.

Chucho e Irakere deben mucho a la conexión Gillespie-Chano Pozo, y, claro, Machito, Chico O’Farrill y Mario Bauzá. Y fue Gillespie, junto a Stan Getz y Earl Hines que viajaron a Cuba en los setenta en un cruzero de jazz y tocaron con Irakere, cosa que los llevó a presentarse en el Newport Jazz Festival y a un contrato con la Columbia Records. El otro puente construido —o mejor, reconstruido— por Irakere se tendió hacia África, ya que incorporaron los batá y otros tipos de tambores, para no hablar de los cantos yorubas que manejan, mucho antes de que se hiciera popular. Junto a todo esto tocaban música bailable, con melodías como “Bacalao con pan” y “Rucu rucu a Santa Clara”, la segunda escrita por José Luis Cortés (El Tosco), que luego fundaría NG La Banda.

En los últimos diez años Chucho ha hecho cinco grabaciones (sin contar lo de Lecuona), pero tres han ganado premios Grammy (Chucho tiene seis en total): Juntos para siempre (2008), con su padre Bebo y dos con su grupo más reciente, los Afro-Cuban Jazz Messengers, Chucho’s Steps (2011) y Tribute to Irakere Live in Marciac (2016).

El de 2016, en vivo, tiene sólo seis canciones, algunos clásicos de Irakere, ahora interpretado por los diez miembros de los Afro-Cuban Jazz Messengers, que incluye a los cantantes Dresier Durruthy Bombalé y Yaroldy Abreu Robles, ambos también en percusión. Su versión de “Juana 1600” es animada y los cantos a los orishas inspirados. La quinta canción empieza como un funk tradicional seguido por un canto a Oggún, armando una tensión que desencadena en un solo de percusión hechizante y termina regresando al ritmo de funk del comienzo. Concluye el álbum con una versión de 17 minutos de “Yansá” (Oyá), que comienza con un canto en lucumí, seguido por frases repetidos (riffs) por los metales, seguido por solos en saxo y piano. El solo de Chucho empieza con cierta disonancia, entrecortado, pero rápido cambia a un montuno con sus arpeggios acostumbrados. Los últimos cinco minutos vuelven al canto yoruba, acompañados por batá, y por un par de minutos sólo se oye canto y batá. Chucho parece señalar que el final es una vuelta a las raíces: los ancestros, los orishas, he allí donde comienza nuestra música. Es un desenlace perfecto y emotivo.

Lo más reciente de Chucho es una colaboración con Arturo O’Farrill (1960-   ), hijo de Chico, pianista y compositor. El disco se llama Familia Tribute to Bebo and Chico (2017). Casi todas las canciones son de Bebo, Chico, Arturo, y Chucho. Hay muchas composiciones memorables, con abundante virtuosismo, incluyendo por Jessie Valdés (batería) y Leyanis Valdes (piano), los dos hijos de Chucho, y también por Adam O’Farrill (trompeta) y Zack O’Farrill (batería), ambos hijos de Arturo. Por tanto, el disco ofrece tres generaciones (desde abuelos hasta nietos y nietas) en formatos variados: big band, grupos pequeños, un dúo (Arturo con Chucho) y un par de solos de piano.

Tener a Chucho y Gonzalito en dúo en Jordan Hall del New England Conservatory (16 febrero, 2018) fue asombroso. El concierto ofreció composiciones conocidas: ambos tocaron juntos el “Mambo Influenciado” de Chucho, una pieza que ya forma parte del canon pianístico cubano. A primera vista, la canción parece sencilla, melódicamente hablando, pero Valdés, variando los tempos, cambiando de acordes relampagueantes a notas que campanillean, bajando y subiendo por todo el teclado, crea una profusión de ritmos y timbres que dejan a uno sin aliento. Es una composición maravillosa donde Chucho despliega todo su virtuosismo. En esta pieza Rubalcaba contribuyó mayor complejidad rítmica y profundidad, pero dejó a Chucho lucirse. En otra composición, “El cadete constitucional,” del abuelo de Rubalcaba, Gonzalito llevó la batuta. Cada uno tocó una canción sin acompañamiento, y Chucho interpretó “Over the Rainbow”, con un fraseo destellante, giros abruptos en la melodía, todo ejecutado con la intensa y percusiva agilidad que marcan su estilo. En la pedida de repetición tocaron “Caravan” (Ellington/Juan Tizol), donde cada uno increpaba al otro en fraseos repetidos, terminando con una avalancha de notas.

Vale recalcar lo bien que tocan juntos, ya que cada uno tiene un acercamiento al piano muy distinto. Chucho tiene una presencia física imponente, con enormes manos que casi cubren el teclado entero, y bajan explosivamente con una facilidad relampagueante. Con semejante ataque uno espera que el piano va a crujir, hasta gemir. Con Chucho el piano casi ruge como el mar: Yemayá. Gonzalito es un pianista más furtivo, sus manos flechitas de una precisión sin falta, desatando una manida de notas que deleitan y sorprenden. Con él una espera que el piano va a ronronear, zumbar. Con Gonzalito el piano es melifluo y murmura como un río: Ochún. Ambos son maestros en construir puentes entre Cuba, EEUU, África y el mundo, nota por nota, acorde por acorde.

Alan West-Durán (Cuba, 1953) is a poet, translator, critic, and essayist. He is the author of two books of poems (Finding Voices in the Rain, 1995 and El tejido de Asterión, 2000) as well as a book of essays Tropics of History: Cuba Imagined (1997). West-Durán edited African Caribbeans: A Reference Guide (2003) and Latino and Latina Writers (2004), which includes over sixty full-length essays on Latino/a authors of the U.S. He is the Editor-in-Chief of the 2011 two-volume reference work titled Cuba. His Cuba: A Cultural History came out in November of 2017. West-Durán is a contributor to the website “Panoramas” and is editor of the webzine “Cuban Counterpoints.” Mr. West-Durán is an Associate Professor of Latin American Studies in the Department of Cultures, Societies, and Global Studies at Northeastern University. He was head of the Latino/a, Latin American and Caribbean Studies program from 2006-2013.

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