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Amapola: Una memoria cubana

Oct 21, 2016

Es realmente un honor poder ofrecer el ensayo de Eliana Rivero como nuestro blog del mes de octubre, en la temporada de cambios que trae el otoño. Eliana es una pionera intelectual en el campo de la literatura cubana. Al establecerse en Arizona, lejos de la comunidad exiliada de Miami, tuvo que reflexionar sobre la identidad cubana. Fue una de las primeras figuras intelectuales que estudió la literatura chicana, la literatura puertorriqueña creada en los Estados Unidas, y la literatura cubana-americana desde la perspectiva de la literatura comparada, viendo estas escritoras como Latinas con una historia compartida. Hace veinte años, en un ensayo que escribió para la antología, Bridges to Cuba/Puentes a Cuba, dijo que era una “fronterisleña,” una isleña de la frontera, refiriéndose a la arena del desierto y de la playa, los dos paisajes donde ha vivido. Ahora con su texto bello y tierno para nuestro blog, vuelve al hogar de su familia en Pinar del Río, llevando una canción adorada por sus padres, dejando que sus memorias descansen bajo las palmas reales.
Abrazos,
Ruth y Richard


Amapola, lindísima Amapola,
¡no seas tan ingrata y ámame!
Amapola, Amapola,
¿Cómo puedes tú vivir tan sola?

Yo siempre he pensado que mi padre estuvo muy acertado al inspirarse a cantar “Amapola” cuando empezó a cortejar a mi mamá. Y cuando yo nací, también me convertí en la pequeña y linda flor en la letra de la canción.

Imagínense: San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, Cuba, alrededor de 1929. Mi madre tiene dieciséis años, y se viste como las jóvenes actrices en las películas de Hollywood que se empiezan a poner en los cines cubanos, Theda Bara y Myrna Lloyd, y lleva un corte de pelo a la moda. Mi padre, que tiene veinte años, vive cerca; su familia se acaba de mudar al pueblo de una finca en el campo, y trabaja en su primer empleo como vendedor de sombreros en una tienda de ropa. Se conocen a través de vecinos, él viene de visita, se sienta en el portal para hablar con mi mamá, los dos en sillones o mecedoras, pero bajo la mirada vigilante de mi abuela. Mi abuelo paterno, Tonito, es dueño de un teatro (Cine Capetillo), donde mi abuela toca la pianola para acompañar las películas silentes que vienen de Hollywood. Recuerdo que mi padre contaba, riéndose, que aun cuando era ya novio de mi madre tenía que pagar el boleto de entrada. Nada de concesiones.

Esos recuerdos están grabados en mi mente y en mi corazón como si fueran una pintura de Rembrandt al chiaroscuro, fluidos como una corriente de agua; no un canal de Amsterdam, sino el río San Cristóbal en la juventud de mis padres.

Pero volviendo a “Amapola”: mi familia cubana, por parte de madre, era muy musical. Todos cantaban o tocaban un instrumento, y cuando mis padres formalizaron su compromiso iban a menudo a ferias y verbenas (entonces una mezcla de carnaval y parque de diversiones; con música, por supuesto) y cantaban canciones y arias de zarzuelas españolas y cubanas. Todavía puedo oir dentro de mí los ecos de la voz de mi padre cantando una melodía de Los Gavilanes, o la voz de mi mamá entonando una canción de Lecuona, de María la O o de Rosa la China. Esos recuerdos están llenos también de imágenes visuales; y cuando escribo estas palabras miro las fotos de mi madre sonriendo, o mirando muy seria a la cámara que captura el momento en tonos sepia. En una de ellas, mami se ve como una de esas muchachas de aquellos años durante la Segunda Guerra Mundial, que llevaban hombreras en los vestidos y el pelo a lo “Betty Grable,” enrollado en bucles y levantado alrededor de la cara. Sonríe suavemente mientras yo reclino mi rizada cabeza de dos años en su mejilla. Y recuerdo su dulce voz de soprano que cantaba el “Ave María” de Gounod, el “Siboney” de Lecuona, y la “Amapola” de Lacalle.

Photo de La Habana de 1944 con María Antonio Rivero Hernández y Eliana Suárez Rivero, madre e hija.
Photo de La Habana de 1944 con María Antonio Rivero Hernández y Eliana Suárez Rivero, madre e hija.

He regresado a Cuba varias veces a través de las décadas entre 1980 y 2016. Cuando las personas con quienes me encuentro en la isla me oyen hablar de mis recuerdos, infaliblemente se asombran de cómo puedo guardar en la mente toda esa música cubana tradicional después de más de 55 años lejos del suelo natal donde se creó, y donde me crié. Y mis amigos se ríen cuando mezclo partes de la letra de algún reguetón en nuestras conversaciones (esto lo hago para demostrar que no estoy detenida en el pasado, por supuesto).

Pero es la melodía de “Amapola” la que me persigue. Una vez publiqué una pequeña crónica de mi niñez titulada “La niña de los conejos” (los animalitos que tenía en mi infancia), pero la podría haber titulado “Amapolas y conejos,” según los recuerdos de mis padres que revivían de nuevo: nuestros paseos domingueros para recoger hojas de piñón y así darles de comer a mis animalitos, mi padre manejando un Studebaker verde y cantando “Amapola,” una de las canciones más populares en esa época.

Hasta el día de hoy, no estoy segura si lo que me fascina y transporta es la melodía que oigo en la mente (a veces en las voces de los grandes tenores y otras veces en la voz de mi padre, que no la cantaba tan bien como ellos), o las imágenes que evoca de una familia cubana y el cariño que compartían, ese amor que persiste más allá de la distancia y la separación, y aun de la muerte. Oigo las canciones de los años veinte y treinta y me transporto en el tiempo, a su juventud y su felicidad y sus caras sonrientes, aunque ya hace un largo tiempo que se fueron, aunque su regreso a Cuba fue solo en forma de cenizas.

Llevé una parte de su polvo mortal el pasado enero para dispersarlo bajo unas palmas reales en el campo cubano, como me habían pedido antes de morir. Con mucho cuidado abrí la bolsita olorosa a incienso, y mientras dejaba caer sus cenizas alrededor de las palmas y sus raíces, repetí suavemente: “Ya estás aquí, papi. Ya estás aquí, mami. Ya están aquí, finalmente.”

Me sorprendí entonces al notar lo calmada que me sentía—ya no sonaba la música en mi mente—con una sensación de finalidad. Tomé fotos del lugar para recordar el momento del regreso; mis padres se fueron de Cuba el 30 de septiembre de 1970 y parte de sus cenizas regresaron a una unión final con el suelo cubano el 8 de enero de 2016, en el cumpleaños de su adorada nieta. Descansen en paz, mami y papi. Ya están de nuevo en su patria.

Caminé después por los jardines con la mente muy en calma, pero lloré después al escribir estas líneas. Todos esos largos años echando de menos su tierra y su gente, toda la nostalgia y la tristeza y el dolor de la pérdida de su patria y su país, el amor resonante en la canción “Amapola”: todo eso ha terminado ya para mis padres. Y espero que termine para mí también, aunque sospecho que no será tan pronto.

***

Eliana Rivero es Profesora Emerita en el Departamento de Español y Portugués y el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Arizona. Nació y creció en Cuba e inmigró a la Florida en 1961, donde recibió un doctorado en Letras Hispánicas de la Universidad de Miami. Su obra crítica es prolífica en diversas áreas de las literaturas hispánicas, incluyendo literatura y cultura cubanoamericanas. Sus publicaciones más recientes mezclan la reflexión personal con el análisis cultural, y su obra creativa tiene fuertes tonos autobiográficos. Sus últimas publicaciones incluyen el libro Discursos desde la diáspora (Valencia, 2005) y la crónica “De poetas y conejos, venados y bailarinas” (Revista Vigía, 2015), además de varios artículos sobre tópicos que van desde poesía latinoamericana a monjas mexicanas coloniales. Trabaja ahora en una memoria en inglés titulada Cuban Again.

13 responses to “Amapola: Una memoria cubana”

  1. madgew says:

    Beautifully written. Lovely memories.

  2. William Dorgeloh says:

    I truly love every one of these blogs. Although I’m not Cuban, I always find some connection of how we are similar. My grandmother also played the piano at our little hometown theater in Anamosa, Iowa. These writings always bring happy memories. Thank you for sharing!

  3. Arturo Madrid says:

    Que preciosidad, Eliana. Quede muy conmovido.

  4. Gabriel Ferrer says:

    Ms. Rivero, I will be traveling to San Cristobal on October 29, 2016 to install a water purification system at the Iglesia Tierra Santa. We are also installing a water well at the church grounds.
    Such wonderful and industrious people in San Cristobal.

  5. Willie Riley says:

    Eli, That was beautiful! Thank you so much for sharing.

  6. Linda and John Stapleton says:

    Thank you so much for sharing this beautiful and touching piece.

  7. Luisa says:

    Thank you so much Eliana!! I’ve been a couple of time in the town of San Cristobal where we had friends living there before. As I was reading your touching memories, the place came to my mind. I no longer lived in the Island, but I still can not detach myself from there completely that why I travel every summer to enjoy the sun and the beaches. It was wonderful knowing your experience, and congratulations for your special talent in telling us such vivid story

  8. Eliana Rivero says:

    I reread this piece now, on my birthday in November 2018, and emotion overwhelms me. What great and beautiful way to recreated our childhood on the pages of Bridges to Cuba. I am greatful to Ruth and Richard again and again.

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